Serie de diapositivas de la sesion de Taijiquan del 2 de agosto de 2009
La cita era a las 7 de la mañana en el ya (para mí) legendario parque situado a un lado de La ciudad prohibida donde se acostumbra (como en tantos parques chinos) ir a practicar las artes tradicionales chinas, núnca a practicar un deporte occidental, siempre algo creado en su propia cultura. A las 7 de la mañan la gente de aquél parque canta ópera de Pekín, baila con abanicos, hace Qigong, y practica o aprende artes marciales, una de esas artes es el Taijiquan.
Entre otros grupos había uno muy grande repitiendo la forma de 48 movimientos y posteriormente aprendiendo el taijiquan con sable. Alrededor de 60 personas seguían los movimientos de su guía.
Ésta no era una clase de mi maestro Liu Lianyou, sino la clase del maestro de mi maestro, su padre real y deportivo, Liu Qingzhou. Ahí mi maestro no era el maestro, era sólo el guía, era quien hacía el trabajo duro en la clase del gran sabio, del master, del sabio anciano; ahí quien “hablaba” era Liu Qingzhou,... Y a quien habìa que seguir era a Liu Lianyou, al joven.
Quien suda ahí (y estaba empapado con el calor del verano en Pekín) era mi maestro.
Una extraña sesión de Taijiquan, la última que debía tener en Pekín. Yo fluctuaba entre ver, seguir la forma, tomar fotografías y video, tratar de deducir con mi pobre comprensión del chino las palabras del maestro y pensar sobre lo que veía y vivía por última vez.
Conocí al maestro Liu Qingzhou como un substituto en la ausencia de mi maestro en una de mis primeras clases en China; no le descubrí nada extraordinario, acaso el ser un hombre viejo aún en movimiento. Era la época en que descubría el idioma, las costumbres, y los olores de China, Liu Qingzhou no hablaba una sola palabra de inglés (ni pensar de español), seguía todas las normas de un maestro tradicional chino y su característico olor se quedó impregnado en mi memoria. Ahora lo veía para mi ultima sesión de Taijiquan en China (al menos en esta larga estadía de 4 años) y lo veía como el maestro del que hay que aprovechar todo antes de irse, ese olor del principio seguía en él y se convertía en una extraña forma de reconocer al maestro y a su sabiduría.
Pero también al lado de Liu Qingzhou pude redescubrir al maestro que me transmitió todo lo que pudo en estos 4 años. Él, al lado de su padre, se veía bastante joven (tiene alrededor de 45 años), fuerte y en plena actividad física; sus movimientos eran claros, técnicamente exactos y con la posibilidad de repetirlos hasta la saciedad para que los demás los sigan, los aprendan y los practiquen; él explicaba, movía a los otros, pero no tenía la última palabra; ante esos 60 practicantes él era sólamente el discípulo avanzado del verdadero maestro.
Pensé en él y en su destino, en que mi maestro no es maestro sino un guía en el escalafón del poder pedagógico, y descubrí (tal vez una vez más y con mayor peso) la tremenda carga de la tradición de la enseñanza en esta cultura; pensé en que mientras viviera su padre y maestro él seguiría siendo, ante él y ante los demás, un discípulo, un ayudante en la trasmisión de una técnica y no en la transmisión de la sabiduría que va inplícta en ella. Tal vez por ello se ponía tan nervioso para explicarme las profundidades del Taijiquan y sus textos base cuando se lo pedía, porque tal vez no se consideraba aún el indicado para ello. Tomé conciencia de la importancia del tiempo y la paciencia en los chinos, donde la manera de adquirir valores (más allá de la burocracía que impera en sus organización política y social) se da así, esperando, practicando, nunca opinando.
Hasta que su padre no le daba la palabra él no hablaba a los demás.
Esa útima sesión fue una sesión especial, obviamente, y no se podía esperar menos. Yo estaba triste y confundido, también sensible y amoroso, veía con ternura todo aquello que pasaba a mi alrededor, y disfruté horrores los pocos movimientos que practiqué con ellos.
Mi vida tiene ahora otra ruta, viviré por algunos años en Canadá, y buscaré regresar a Pekín, por algunas semanas en cada visita, para continuar con mi formación... o talvez no, no lo sé.
Mi Blog no se acaba con el fin de mi estancia en China, el leitmotiv es la transmisión de aquello que exploro cuando aprendo y practico Taijiquan en mi andar por el mundo, así que seguirá vivo mostrando aquél material de información, fotografía y video, que he acumulado durante estos años además de sumarse lo que venga.
No me pondré más sensible, aprenderé un poco de la aparente frialdad china, como en el momento de despedirme de mi maestro:
Liu Lianyou: 你回家马?(¿Regresas a casa?)
Yo: 不是。我说了。我去加拿大。(No, ya le dije, me voy a Canadá)
Liu Lianyou: OK.
Yo: 谢谢恁。四年!我学了很多。(Le agradezco. ¡4 años! Aprendí mucho.)
Liu Lianyou: OK.
Nos dimos la mano y él me regaló una muy pequeña sonrisa, entonces me dí la vuelta y me fuí, dejándolo con su padre y maestro, y entre las 60 personas que guió en ese mi último domingo en Pekín.
Entre otros grupos había uno muy grande repitiendo la forma de 48 movimientos y posteriormente aprendiendo el taijiquan con sable. Alrededor de 60 personas seguían los movimientos de su guía.
Ésta no era una clase de mi maestro Liu Lianyou, sino la clase del maestro de mi maestro, su padre real y deportivo, Liu Qingzhou. Ahí mi maestro no era el maestro, era sólo el guía, era quien hacía el trabajo duro en la clase del gran sabio, del master, del sabio anciano; ahí quien “hablaba” era Liu Qingzhou,... Y a quien habìa que seguir era a Liu Lianyou, al joven.
Quien suda ahí (y estaba empapado con el calor del verano en Pekín) era mi maestro.
Una extraña sesión de Taijiquan, la última que debía tener en Pekín. Yo fluctuaba entre ver, seguir la forma, tomar fotografías y video, tratar de deducir con mi pobre comprensión del chino las palabras del maestro y pensar sobre lo que veía y vivía por última vez.
Conocí al maestro Liu Qingzhou como un substituto en la ausencia de mi maestro en una de mis primeras clases en China; no le descubrí nada extraordinario, acaso el ser un hombre viejo aún en movimiento. Era la época en que descubría el idioma, las costumbres, y los olores de China, Liu Qingzhou no hablaba una sola palabra de inglés (ni pensar de español), seguía todas las normas de un maestro tradicional chino y su característico olor se quedó impregnado en mi memoria. Ahora lo veía para mi ultima sesión de Taijiquan en China (al menos en esta larga estadía de 4 años) y lo veía como el maestro del que hay que aprovechar todo antes de irse, ese olor del principio seguía en él y se convertía en una extraña forma de reconocer al maestro y a su sabiduría.
Pero también al lado de Liu Qingzhou pude redescubrir al maestro que me transmitió todo lo que pudo en estos 4 años. Él, al lado de su padre, se veía bastante joven (tiene alrededor de 45 años), fuerte y en plena actividad física; sus movimientos eran claros, técnicamente exactos y con la posibilidad de repetirlos hasta la saciedad para que los demás los sigan, los aprendan y los practiquen; él explicaba, movía a los otros, pero no tenía la última palabra; ante esos 60 practicantes él era sólamente el discípulo avanzado del verdadero maestro.
Pensé en él y en su destino, en que mi maestro no es maestro sino un guía en el escalafón del poder pedagógico, y descubrí (tal vez una vez más y con mayor peso) la tremenda carga de la tradición de la enseñanza en esta cultura; pensé en que mientras viviera su padre y maestro él seguiría siendo, ante él y ante los demás, un discípulo, un ayudante en la trasmisión de una técnica y no en la transmisión de la sabiduría que va inplícta en ella. Tal vez por ello se ponía tan nervioso para explicarme las profundidades del Taijiquan y sus textos base cuando se lo pedía, porque tal vez no se consideraba aún el indicado para ello. Tomé conciencia de la importancia del tiempo y la paciencia en los chinos, donde la manera de adquirir valores (más allá de la burocracía que impera en sus organización política y social) se da así, esperando, practicando, nunca opinando.
Hasta que su padre no le daba la palabra él no hablaba a los demás.
Esa útima sesión fue una sesión especial, obviamente, y no se podía esperar menos. Yo estaba triste y confundido, también sensible y amoroso, veía con ternura todo aquello que pasaba a mi alrededor, y disfruté horrores los pocos movimientos que practiqué con ellos.
Mi vida tiene ahora otra ruta, viviré por algunos años en Canadá, y buscaré regresar a Pekín, por algunas semanas en cada visita, para continuar con mi formación... o talvez no, no lo sé.
Mi Blog no se acaba con el fin de mi estancia en China, el leitmotiv es la transmisión de aquello que exploro cuando aprendo y practico Taijiquan en mi andar por el mundo, así que seguirá vivo mostrando aquél material de información, fotografía y video, que he acumulado durante estos años además de sumarse lo que venga.
No me pondré más sensible, aprenderé un poco de la aparente frialdad china, como en el momento de despedirme de mi maestro:
Liu Lianyou: 你回家马?(¿Regresas a casa?)
Yo: 不是。我说了。我去加拿大。(No, ya le dije, me voy a Canadá)
Liu Lianyou: OK.
Yo: 谢谢恁。四年!我学了很多。(Le agradezco. ¡4 años! Aprendí mucho.)
Liu Lianyou: OK.
Nos dimos la mano y él me regaló una muy pequeña sonrisa, entonces me dí la vuelta y me fuí, dejándolo con su padre y maestro, y entre las 60 personas que guió en ese mi último domingo en Pekín.
Wow! Tocayo, se me encuero el chino (no, no tu maestro). Ay, los adioses!
ResponderBorrarComo dice el personaje de Elviaje hacia el mar: "El viaje comienza cuando empiezas a contarlo".
Gracias por compartir.